El
SIDA tiene muchos aspectos comunes con otras enfermedades
que han producido pánico en la historia: carácter
contagioso, resultado fatal a largo plazo, extensión
rápida hasta constituir una verdadera pandemia. Pero
junto a estos caracteres, el SIDA tiene un elemento que hace
de esta dolencia algo específicamente distinto: su
transmisión va ligada a menudo a comportamientos reprobados
por la moral, como son el consumo de drogas, la conducta homosexual
y la promiscuidad sexual. Si estableciéramos alguna
comparación entre el SIDA y alguna otra enfermedad
reciente, la referencia podría ser la sífilis
antes del descubrimiento de los antibióticos.
Por
su carácter incurable, al menos hoy por hoy, hay un
aspecto del SIDA que lo convierte en algo singular: por la
responsabilidad moral que puede suponer el haberlo contraído
y el poderlo transmitir a otras personas, se cae en la cuenta
de las consecuencias del ejercicio de la libertad. Además,
el SIDA plantea ante nuestra civilización dos cuestiones
adicionales, con una intensidad que hoy no es en absoluto
frecuente: por un lado, lo inevitable de la muerte; por otro,
las limitaciones de la ciencia y de la técnica, que
no tienen respuesta eficaz para todo.
Por
un comprensible mecanismo psicológico, mientras existe
posibilidad de curación el hombre tiende a alejar de
sí la perspectiva de la muerte y basa su seguridad
en la eficacia de la ciencia y de la técnica. Pero
el SIDA confronta con la necesidad de admitir que la naturaleza
plantea límites morales: es propio de la verdad de
la libertad humana el asumir las consecuencias, a veces irreparables,
de los propios actos; la muerte es la perspectiva vital de
todos, y la ciencia y la técnica no son la panacea
que lo resuelva todo. De ahí el pánico generalizado
que el SIDA produce en nuestros días, y que plantea
la necesidad de reflexionar sobre lo correcto o erróneo
de algunos elementos culturales que configuran la mentalidad
contemporánea.
23. ¿Puede decirse, pues, que en el problema del SIDA existe un
aspecto que podríamos llamar cultural?
Sí,
por dos razones: la primera es que, en las sociedades desarrolladas,
la enfermedad y la muerte se consideran como poco menos que
fracasos de los que hay que huir a todo trance, y, en estas
condiciones, se tiende a poner en la ciencia y la técnica
toda la esperanza; pero el SIDA pone de manifiesto que eso
no es suficiente: aunque los avances científicos y
técnicos ayuden mucho a la calidad de vida y al bienestar
social, tienen unos límites y no pueden anular la responsabilidad
del hombre, que debe asumir las consecuencias de sus actos.
La
segunda razón es que, al no conocerse para este mal
un tratamiento curativo médico eficaz, surge la idea
de que sólo puede ser combatido con medidas preventivas
tendentes a lograr cambios en la conducta personal; lo cual
plantea la cuestión de los valores éticos, es
decir, de los criterios últimos de lo que se puede
hacer y lo que no se debe hacer. Eso pone en cuestión
algunos prejuicios de la cultura moderna como un ejercicio
de la libertad sin restricciones ni valores, la irrelevancia
social de algunos comportamientos que se llaman privados,
etc.
En
este sentido, el SIDA, además de una enfermedad, produce
un fenómeno cultural que incita a la sociedad contemporánea
a replantearse todo un sistema de valores que algunos daban
por supuestos. Los criterios necesarios en materia de conductas
preventivas del SIDA parecen afectar así, de una forma
peculiar, a algunas de las consideradas libertades individuales.
24. ¿Cómo puede afectar a las libertades individuales la
prevención del SIDA?
Los
que viven en sociedades desarrolladas ya no están acostumbrados
a imponerse auto-limitaciones en su conducta ni siquiera para
evitar poner en peligro su vida o su salud, especialmente
en lo que se suele llamar libertad sexual. La auto-limitación
en las conductas personales como medida preventiva sólo
se acepta en materia de accidentes (seguros, cinturones de
seguridad, casco para motoristas, mineros o trabajadores de
la construcción, etc.), y en algunos comportamientos
muy concretos, como el hábito de fumar. Pero en el
caso del SIDA, el autocontrol en algunos comportamientos con
finalidad profiláctica -rechazo del consumo de ciertas
drogas y, sobre todo, de las prácticas homosexuales
o de la promiscuidad sexual- se considera por algunos una
intromisión inaceptable en la autonomía del
individuo.
25. ¿Por qué la exclusión de conductas de riesgo
se considera en unos casos como una intromisión, y
en otros, no?
Porque
el consumo de drogas y los comportamientos sexuales están
considerados por quienes participan de esta mentalidad como
una manifestación primigenia y absoluta de la libertad
que define al hombre y, por lo tanto, como esenciales a la
autonomía del individuo.
En
consecuencia, esta mentalidad dificulta una actitud coherente
de lucha social contra la transmisión del virus ligada
al consumo de drogas, ya que muchos legitiman el consumo privado
aunque sean partidarios de perseguir su tráfico.
En
cuanto a la transmisión por vía sexual, se tiende
a negar que existan criterios objetivos para juzgar que determinadas
conductas sexuales implican riesgos para la salud.
26. ¿Y no sería lógico que la extensión del
mal diera origen a un cambio profundo en la mentalidad social,
y que las conductas de riesgo -como la promiscuidad sexual
o el consumo de drogas- fueran rechazadas mayoritariamente?
En
efecto, así parece. Pero la relación que se
establece entre las "conductas de riesgo" de contagio
del SIDA y las libertades individuales (como el ejercicio
de la autodeterminación en materia sexual), hacen que
cualquier intervención de los poderes públicos
que tienda a reducir la práctica de las primeras se
considere una extralimitación o, en su caso, una vulneración
de la neutralidad ética exigible -según esta
mentalidad- al Estado.
Este
planteamiento de la cuestión hace del SIDA una enfermedad
que suscita problemas sociales muy singulares y distintos
de los que se producen con otras enfermedades. El SIDA y toda
la problemática social y el debate que lleva consigo
sólo puede comprenderse en este peculiar contexto cultural
en las sociedades occidentales a finales del Siglo XX.
Además,
las personas que tienen conductas de riesgo tienden a centrar
su vida en dichas conductas y a desatender irresponsablemente
el riesgo que corren y en el que ponen a otros. Y hay que
considerar que se da un intervalo de tiempo frecuentemente
largo entre la contaminación por el virus y el descubrimiento
de la misma. Durante ese tiempo ha podido infectar a muchas
personas sin saberlo.
La
peculiar epidemiología del SIDA hace que sea una auténtica
pesadilla para la prevención, porque el período
desde que el paciente se infecta hasta que empiece a ser contagioso
es sólo de días, mientras que el de incubación,
antes de que se desarrollen los síntomas (portador
sano), dura unos 10 años.
27. ¿Cuáles son las características principales
de este contexto cultural en relación con el SIDA?
Entre
los años 60 y 70 se desarrolla en esas sociedades (y,
como eco, en muchas otras) la denominada "revolución
sexual". Su idea central es la separación radical
de los conceptos de amor conyugal y sexualidad humana, de
sexualidad y procreación. Se piensa, erróneamente,
en una libertad separada de todas las tendencias naturales,
de modo que el cuerpo humano no tendría un valor moral
propio, sino que el hombre sólo sería libre
cuando reelabora el significado de tales tendencias según
sus preferencias, imponiendo sobre las leyes de la naturaleza
su propio arbitrio. Eliminado el aspecto procreativo, propio
de la verdad moral del amor conyugal y de la biología
y naturaleza sexual, su verdad completa queda falseada, como
ocurriría si se redujese el amor sexual al mero aspecto
reproductor. De esta manera, la homosexualidad o la promiscuidad
sexual pasan a constituir opciones alternativas equiparables
al ejercicio de la sexualidad en el matrimonio, en lugar de
ser conductas contrarias a las leyes de la sexualidad humana.
Este
modo de pensar elimina la diferencia moral entre actos naturales,
conformes con la dignidad de la persona humana, y actos no
naturales, contrarios a esa dignidad y a la naturaleza del
ser humano. Elimina, en consecuencia, toda referencia ética
acerca de cualquier conducta sexual, de forma que ya no es
posible establecer ninguna distinción entre lo que
está bien y lo que está mal en esta materia.
En
estas condiciones, al legitimar cualquier conducta sólo
por responder a la libertad entendida como mera ausencia de
restricciones, la sociedad se auto-desarma, porque ha renunciado
a las claves que permiten hacer un juicio sobre la ética
de las conductas personales, y queda paralizada a la hora
de luchar contra la raíz moral de lo que ya es una
verdadera pandemia, porque sólo puede actuar contra
algunas de sus manifestaciones periféricas. Este desarme
moral de la sociedad se traduce en la impotencia de los poderes
públicos para actuar. El resultado inevitable de esta
situación es que la infección no cesa de extenderse.
28.
Y la drogadicción, ¿también es un fenómeno
propio del contexto cultural de nuestro tiempo?
Aunque
el consumo de sustancias estupefacientes o alucinógenas
viene de muy atrás y formó parte de los usos
de algunas antiguas civilizaciones (orientales e indígenas
americanas, principalmente), los fundamentos culturales de
su uso en nuestros días y en países económicamente
desarrollados no provienen de aquellos tiempos remotos, sino
que se insertan en el marco que acabamos de considerar. Pretender
erróneamente afirmar la propia libertad frente a toda
tendencia natural, junto a una mentalidad según la
cual sentirse bien y triunfar en las situaciones más
competitivas son los principales objetivos de la vida, constituyen
el caldo de cultivo para la extensión de la drogadicción.
Debido
a las consecuencias económicas y sociales que acarrea
la drogadicción (puerta de muchos delitos, degradación
física y psicológica de los adictos, graves
problemas familiares, etc.), los poderes públicos encuentran
más apoyo social para luchar contra este fenómeno,
y lo hacen con más intensidad que contra los efectos
socialmente perniciosos de la irresponsabilidad sexual; pero,
al igual que en este caso, sólo lo hacen por sus consecuencias
y en algunos aspectos circunstanciales, no contra sus causas
profundas, que, como queda dicho, son efecto de este clima
social proclive a considerar cualquier actitud ante la vida
como opción alternativa, tan respetable como cualquier
otra.
Hay
que tener en cuenta, sin embargo, que la drogadicción,
por sí misma, no es un vehículo de transmisión
del SIDA, sino que lo es sólo el intercambio de jeringuillas
en el uso de drogas administradas por vía endovenosa.
Pero en la medida en que se extiende este tipo de drogas,
aumenta sin remedio también el riesgo de contagio.
29.
Entonces, ¿cómo se combate socialmente el SIDA en la
actualidad?
Se
combate, o, mejor dicho, se pretende combatir, desde un modelo
que podría calificarse de ideológico, que se
inspira básicamente en una supuesta neutralidad absoluta
del Estado en todo lo concerniente a las conductas privadas
de los individuos, por funestas que sean socialmente sus consecuencias.
Y cuando éstas se dejan sentir visible y dramáticamente,
los poderes públicos no pueden con facilidad e incluso
no quieren, volverse atrás en la ideológica
aceptación igualitaria de todos los comportamientos
en la sociedad. Aun conociéndose claramente y sin lugar
a dudas las conductas de riesgo que deberían desterrarse
para evitar la transmisión del virus (drogadicción,
promiscuidad sexual), los gobernantes se limitan a recomendar
estrategias o técnicas que permitan continuar con esos
hábitos, pero con menor riesgo: por ejemplo, no intercambiar
jeringuillas o utilizar preservativos.
30.
Y esto, ¿es suficiente, o no lo es?
Es
por completo insuficiente, porque de esta manera se intenta
poner una especie de remiendo al problema que, sin embargo,
no se resuelve en verdad. Además, es gravemente peligroso
para la sociedad, como se encarga de demostrarlo la pura estadística,
que acredita que después de las campañas masivas
y las inversiones crecientes de fondos públicos que
conocemos, no cesa de aumentar el número de personas
infectadas. Y quizás no es exagerado decir que este
modo de concebir la lucha contra el SIDA es responsable, en
buena medida, de la expansión de la epidemia.
31. ¿Significa todo esto que la sociedad tendría que considerar
necesaria no sólo la prevención de los efectos,
sino también de las conductas o los comportamientos
irregulares que dan origen a la expansión del SIDA?
Así
debería ser en buena lógica. Pero la conexión
que fácilmente surge entre conductas de riesgo y comportamientos
considerados tradicionalmente como inmorales en virtud de
convicciones religiosas, hace que cualesquiera medidas de
censura social o legislativa respecto de estas conductas sean
interpretadas en nuestro presente contexto cultural como la
imposición de una moral o una religión particular
y, en consecuencia, como un intento de regreso a épocas
inquisitoriales o de defensa de fundamentalismos ideológicos
intransigentes.
32. ¿Y es correcta esta forma de enfocar la prevención
del SIDA?
No,
porque decir que ciertas conductas relacionadas con el sexo
o las drogas suponen un riesgo para la vida no es una afirmación
moral o religiosa, sino la constatación de algo evidente.
El hecho de que esta constatación coincida con los
planteamientos morales de determinadas religiones sólo
significa que éstas son muy congruentes con la verdadera
naturaleza de las cosas. Por lo tanto, cuando la sociedad
o los poderes públicos actúan frente a dichas
conductas teniendo presente la evidencia, no se están
plegando a ninguna imposición religiosa, sino que,
al tomar decisiones, se limitan a respetar la realidad.
Por
sorprendente o absurdo que pueda parecer, en muchas de las
polémicas sobre la prevención del SIDA no subyace
otra cosa que la obstinación en el error de negar la
evidencia de los datos, ya que éstos van contra algunos
arraigados prejuicios de la sociedad actual.
33.
Entonces, ¿es inevitable que el SIDA siga propagándose
más y más, al menos en las sociedades que viven
con este sistema de valores?
No
lo es, pero es difícil evitarlo mientras no se cambie
toda esta mentalidad: una enfermedad que se difunde a través
de comportamientos. Así ocurre con los drogadictos,
para quienes el SIDA es una amenaza a lo que ellos consideran
un estilo de vida alternativo. También es el caso de
algunos homosexuales, que ven en toda medida de profilaxis
un ataque a sus pretensiones de conferir a sus relaciones
el valor de una relación heterosexual o, incluso, el
del mismo matrimonio.
34. ¿Cuál podría ser entonces un enfoque correcto
de la lucha social contra el SIDA?
De
entrada, además de combatir científica, clínica
y humanamente la enfermedad, es preciso aceptar, como un hecho,
que en la gran mayoría de casos existe una interdependencia
entre infección por el virus del SIDA y determinados
comportamientos o estilos de vida. Todos los ciudadanos deben
sentirse implicados en la prevención de esta grave
pandemia. Y especialmente los grupos y personas considerados
de mayor riesgo de poder ser infectados.
35. ¿Se puede concretar la prevención social contra el
SIDA?
Hay
dos tipos de prevención, que deberían conjugarse
armónicamente. Por una parte, la que podríamos
llamar prevención primaria fundamental, orientada
a prevenir el arraigo de la enfermedad, que debe inspirarse
en una visión de la sexualidad humana acorde con el
bien integral de la persona y que incluye:
a)
la educación y formación de las virtudes, sobre
todo en la adolescencia, en la integración de la dimensión
sexual en el conjunto de la personalidad; y
b)
la evitación de riesgos para la propia salud y para
la propia vida.
Esta
visión, necesariamente, ha de rechazar cualquier teórica
neutralidad frente al valor ético y las implicaciones
sociales de las distintas conductas de la persona. Esta es
la prevención social básica del problema del
SIDA, la más descuidada por los poderes públicos
en nuestros días.
Hay
después un procedimiento de reducción del daño:
se trata de una posición médico-epidemiológica
que, sin recusar la bondad y la lógica de la prevención
primaria, sostiene que en situaciones muy concretas de inminente
contagio y cuando sean ineficaces los planteamientos de autodominio,
se pueden utilizar medios que, aun no modificando los comportamientos
desordenados, y persistiendo el riesgo, puedan al menos disminuir
sus efectos.
36. ¿Se podría concretar más la prevención
primaria fundamental del SIDA?
Una
prevención primaria debe abordar dos tipos de
medidas.
Unas primeras, orientadas a los grupos de riesgo,
pero ampliables
a toda la población, que informen de forma correcta
e integral acerca de las causas del SIDA y de las
circunstancias
que lo promueven y difunden. Esta información ha de
ser veraz y real, lo que exige no reducirla ni
manipularla
con la intención de defender los tabúes y los
mitos ideológicos de la revolución sexual. Por
tanto, en estas campañas informativas debe decirse
que, salvo en los casos accidentales (transfusión de
sangre contaminada, por ejemplo) o en la transmisión
del virus de la madre al hijo aún no nacido, el SIDA
es una enfermedad que se adquiere a la carta, por
así decirlo, ya que es seguro que no se va a contraer si se ponen
los medios adecuados para impedir el contagio.
Pasó,
afortunadamente, el tiempo en que en algunas sociedades desarrolladas,
concretamente la española, se consideraba el consumo
de drogas (especialmente las erróneamente llamadas blandas) como algo inocuo. Pero debe insistirse en
que la mejor manera de prevenir el SIDA es, en relación
con la conducta sexual, el ejercicio de la abstinencia y mantener
relaciones íntimas sólo en el seno del matrimonio
con persona no infectada.
El
segundo tipo de medidas se orienta a la educación -especialmente
de los adolescentes- acerca de la dimensión sexual
de la persona, que se base en una visión de esta realidad
integrada en el conjunto de la personalidad, y no en la supeditación
de la persona a su faceta sexual. De este modo será
posible acercarse al fondo de una de las principales causas
detonantes del SIDA, que es la infra-cultura de la promiscuidad
sexual. Se trata de fomentar estilos de vida sanos, acordes
con la integración moral de las dimensiones físicas
y psíquicas de la persona humana, donde se destaque
el sentido de la sexualidad y su significado en el marco de
la vida conyugal, y donde se evidencie toda la tragedia humana
que puede estar detrás de unos comportamientos frívolos
aparentemente lúdicos (que suelen promoverse entre
los más jóvenes) que pueden conducir a la promiscuidad
sexual y a la droga y, por medio del SIDA, a la frustración
y a la muerte.
37.
Pero esto, ¿no significa entrometerse en la vida privada de
los individuos?
Ciertamente,
no. Lo que significa es asumir la responsabilidad social de
frenar el arraigo de conductas o modos de vida que ponen en
peligro grave la salud de un gran número de ciudadanos.
La expansión creciente del SIDA por vía heterosexual,
en nuestro ámbito, es un importante argumento que debe
ser invocado para la protección de ese bien que es
la vida de los ciudadanos, que se pone en riesgo en la medida
en que se avalan estilos de vida que aumentan las situaciones
de riesgo.
38. ¿Tienen los educadores una responsabilidad en la lucha contra
el SIDA?
Indudablemente.
La educación para vivir de forma serena y alegre la
realidad sin recurrir a las drogas y la sexualidad propia
en la preparación para el amor responsable, es el único
camino para la plena madurez personal. En el camino desviado,
en la falsa información, en la ilusión de "paraísos
artificiales" o de un falso "sexo seguro",
está la amenaza del SIDA, de la drogadicción,
de otras enfermedades de transmisión sexual y en muchos
casos la realidad de la muerte.
39. ¿Cuáles son los valores educativos que deberían
promoverse como primer frente ante la expansión del
SIDA?
Como
queda dicho, el primer medio de prevención educativa
es transmitir a los más jóvenes la noción
de que es necesaria una vida sexual ordenada, cuya expresión
neta se encuentra en la monogamia acompañada de la
fidelidad conyugal. Es imposible realizar una campaña
honrada de prevención del SIDA sin destacar este aspecto.
Respecto
a la drogadicción, vehículo del SIDA en gran
parte de nuestros enfermos, es necesario dar a conocer claramente
que no hay drogas duras y drogas blandas; que evadirse de
la realidad, por dura que ésta sea, mediante la creación
de "paraísos artificiales" y la provocación
de alucinaciones, da una mínima expectativa de éxito
y felicidad personal, mucho menos cuando se procura con sustancias
que crean adicción y destruyen, tarde o temprano, al
hombre.
Para
que esta tarea educativa sea de utilidad, se precisa la participación
de todos los sectores implicados en esta toma de conciencia,
y todos deben tener una clara voluntad de resolución
del problema por encima de ideologías o conveniencias
políticas o económicas coyunturales.
La
educación ha de enseñar a vivir bien, moral
y físicamente. Hay que enseñar a decir "no"
a lo que destruye. Es imprescindible educar la voluntad y
la libertad mediante el autodominio y la motivación.
40. ¿Por qué esa responsabilidad educativa recae sobre
todos los sectores de la sociedad? ¿No es primariamente responsabilidad
de los poderes públicos?
En
modo alguno. Esta responsabilidad afecta, desde luego, a los
poderes públicos, pero recae con más gravedad
en los padres, y también en los educadores, los amigos,
los vecinos y los medios de comunicación. Una sociedad
libre y pluralista no es sinónimo de una sociedad neutra
que carezca de convicciones, sino un marco estructurado que
permita la convivencia dinámica, con ciertos valores
éticos compartidos por todos, que reclame una actitud
de compromiso con los valores propios que cada grupo social
desee que se mantengan vivos en la sociedad. Esto afecta gravemente
a los padres, y les exige asumir la responsabilidad de transmitir
a sus hijos, en el calor del hogar, los grandes principios
de la vida moral. Uno muy importante, que no se debería
soslayar, es una educación orientada a una cultura
de la vida capaz de superar la contra-cultura de muerte, en
la cual prolifera el uso de las drogas y el desorden de la
sexualidad y de la afectividad. Esto requiere, en conciencia,
una propia reflexión acerca del significado
integral de la sexualidad en la vida conyugal. Exige la adquisición
de una experiencia pedagógica que haga asequible y
eficaz la transmisión de estos valores. Y exige, finalmente,
una inteligente actitud, a través de los años,
para corregir en los hijos los influjos negativos de otros
valores u otros significados de la sexualidad latentes en
determinadas épocas en la sociedad.
La
familia es la principal escuela para la vida, pero también
lo son los distintos ambientes en que crecen los niños
y adolescentes. Los centros docentes, las amistades, los medios
de comunicación (singularmente, por su capacidad de
penetración, la televisión), deben estar en
sintonía con esos valores básicos -que no excluyen
de ninguna manera el pluralismo- para lograr una sociedad
sana, física y moralmente.
41. ¿Tienen los medios de comunicación una responsabilidad
especial en la lucha contra el SIDA?
Sí,
como la tienen también en tantos otros órdenes
de la vida. Los medios de comunicación forman parte
de un mecanismo bien conocido de interacción social:
reflejan la sociedad en la que viven, pero también
contribuyen a darle forma. Lo que aparece en los medios es
la crónica de las cosas que pasan, pero también,
se quiera o no, tiene un valor pedagógico, y aun ejemplar,
para el público. Los responsables de los medios de
comunicación no pueden, si son consecuentes, ignorar
esta capacidad de influencia, sobre todo en la configuración
del sistema de valores socialmente aceptados, si ese sistema
incide en la aceptación social de conductas que favorecen
la extensión del SIDA.
Si
el público percibe por los medios de comunicación
que las prácticas homosexuales, la drogadicción,
la promiscuidad sexual, la trivialización de la palabra
dada en el matrimonio, son comportamientos al menos tan respetables
como sus contrarios, carecerán de todo valor y de toda
autoridad las campañas seudo-moralizantes que desde
esos medios se organicen contra el SIDA, porque igualmente
será perceptible que hay una actitud radicalmente incoherente
cuando se lucha contra las consecuencias, pero no se influye
adecuadamente en las conductas de riesgo que causan la propagación
del mal.
Cosa
distinta de la lucha contra el SIDA y sus causas, es la actitud
de ayuda, de acogida y solidaridad que hay que tener respecto
de las personas que padecen la enfermedad; actitud que se
ha de transmitir desde los medios de comunicación,
como también desde la familia o la escuela.
43. ¿Se pueden enunciar algunas actitudes concretas en esa actitud
de solidaridad social con las personas enfermas de SIDA?
Sí.
Además de las exigibles con todos los seres humanos
cuya enfermedad les condiciona la vida, pueden enunciarse
éstas: la primera, ayudar a las estructuras sanitarias,
demandando de los poderes públicos una respuesta justa
y generosa, y reclamando programas de prevención integrales
que respeten la dignidad humana. La segunda, contribuir a
movilizar los recursos suficientes para ayudar a las iniciativas
que la sociedad promueva libremente para el cuidado de estos
enfermos. Un camino concreto es ayudar económicamente
a los dispensarios, servicios clínicos y casas de salud
para enfermos de SIDA promovidas por la generosidad de personas
particulares o instituciones, como la Iglesia. Otra, tutelar
siempre que sea posible, a nivel personal, la dignidad de
los seropositivos de forma que se eviten fenómenos
de marginación de cualquier naturaleza, en el uso de
los servicios públicos, en el acceso al empleo, en
el trabajo, en las escuelas, etc.
A o de convivir con los seropositivos
implica recíprocamente el deber de éstos de
no dañar, en el m
44. ¿Qué añadir respecto al caso de tener que convivir
con un enfermo de SIDA en la familia?
El
ámbito primigenio de acogida y solidaridad es la familia,
que debe estar muy especialmente al servicio de esta misión.
Esta obligación de solidaridad, que, por desgracia,
desaparece en algunos sectores de nuestra sociedad al socaire
de los prejuicios y los miedos existentes frente al SIDA,
es una exigencia inmediata de justicia que en conciencia nos
obliga a todos.
En
el ambiente familiar, el estado de enfermedad no disminuye,
sino que acrecienta el deber de asistencia y de solidaridad
con el enfermo, porque, por su propia naturaleza, está
ligado a la mutua ayuda que caracteriza a la comunidad familiar.
Si acaso se añade el deber que la sociedad y las instituciones
tienen de facilitar y de sostener a las familias en el cumplimiento
de esta tarea con todas las medidas económicas y sanitarias
adecuadas, que les permita enfrentarse a tan acentuada dificultad.
Pero la obligación (obligación de amor) de cuidar
a los enfermos de SIDismo ámbito, la salud del cónyuge,
de los hijos o de otros familiares, y por tanto de cumplir
rigurosamente con las lógicas precauciones a fin de
evitar el contagio.http://www.aciprensa.com/sida/libro4.htm
Este texto es el mas relacionado de como manejar el sida frente a la sociedad, las consecuencias que trae la droga y la sexualidad es un poco extenso pero les servira como una gran enseñanza de estos mal usos.
ResponderEliminarme parece muy interesante poder contar con dicha información que es de gran ayuda para la vida diaria
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